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La autoayuda en tiempos de crisis.

Hubo un tiempo, hace unos años, en el que se puso de moda la autoayuda. La gente fracasaba continuamente y se sentían incapaces de salir adelante. Así, una serie de expertos con ganas de ganar dinero, se mostraron dispuestos a ayudar a esta gente.

Ellos simplemente les daban unas directrices, una especie de consejos y recomendaciones a seguir para poder “volver a estar en paz con el cuerpo y la mente”. Los fracasos se sucedían, y la gente empezó a acudir en masa.

Los había que querían adelgazar y, para ello, tenían que valerse de una foto de sí mismos gordos, muy gordos, y era a esa foto a lo que tenían que aferrarse y a la vez, contra lo que tenían que luchar. Luchaban contra su propia imagen.

Los había que no habían podido soportar la pérdida de un ser querido. Éstos solían ser inscritos en agencias de citas (si el ser querido del que se trataba era una pareja) o a una lista de espera de adopción (en caso de que la pérdida fuera un hijo). Luchaban contra el dolor que les perseguía desde el pasado.

Los había que no podían dormir, o les costaba aguantar el ritmo de vida de la ciudad en la que vivían. A este tipo de pacientes se les solía recetar una serie de drogas legales en grandes cantidades. Tras el tratamiento, se podían curar o no, pero jamás podían volver a su anterior trabajo. Luchaban contra su stress.

El hecho que ocurrió un tiempo después, cuando el tratamiento y las sesiones de charla y autoayuda habían finalizado, fue que el número de pacientes que optaron por el suicidio incrementó. A consecuencia de ello, los expertos en autoayuda (que ya habían ganado todo el dinero que se habían propuesto) cayeron en una profunda depresión al ver que sus métodos no daban el resultado esperado. Al fin y al cabo se trataba de gente honrada. Y solicitaron ayuda a otro grupo de expertos, noveles, con ganas de ayudar y ganar dinero. Luchaban contra su propio fracaso laboral.

Finalmente, muchos de los expertos (veteranos) acabaron suicidándose también.

El caso llegó a las altas esferas de poder del país, y, al no encontrarse solución, y habiendo recurrido ya a la medicina tradicional y a psicólogos reputados, el número de suicidios aumentó, ya no sólo entre los pacientes; los expertos en autoayuda que ayudaron a los antiguos expertos en autoayuda acabaron optando por ésta salida y como ellos, muchos dirigentes de grandes multinacionales que fracasaban por su mala gestión, algunos cargos políticos pendientes de juicios o derogación de leyes, secretarias sobrecargadas de trabajo, a menudo víctimas de mobbing y/o acoso sexual por parte de sus jefes, y como ellos, cientos de taxistas, cocineras, limpiadoras de escaleras y limpiadores de cristales, repartidores, algún representante sindical, unos cuantos jubilados y siete adiestradores de mascotas.

Todos eligieron la misma salida. Estos suicidios supusieron, a saber y a priori: un inconveniente emocional para los familiares (aunque un 3.7% de los mismo declararon que su vida social se había visto reforzada con estas muertes), un aumento incontrolado de la demanda de servicios funerarios, lo que a la postre supuso una incapacidad por parte de la oferta de satisfacer sus exigencias, lo que llevó al suicidio de unos cuantos empresarios del sector; además, la administración pública incurrió en un gasto inusitado de tiempo y dinero en cuanto a gestiones y burocracia se refiere; no siempre el número de muertos crece con tal velocidad y sin previo aviso, y el funcionariado no siempre se encuentra preparado para hacer frente a estas oleadas.

Así, se desató la crisis de la autoayuda en el país. A todas las escalas.

Pasados unos meses, y tras estudiar la grave situación, las pocas personas al mando que quedaban cuerdas decidieron recurrir al exterior. La ayuda se encontraba en el extranjero.

Dos semanas después del estudio y una semana después de la puesta en contacto entre ambas partes y la petición formal por parte de los altos cargos del gobierno, un grupo de psicólogos europeos se plantó en los principales centros psiquiátricos del país. Tenían carta blanca; podían hacer lo que quisieran mientras pudieran recuperar el buen estado de la salud mental de la mayoría de los que en esos centros se encontraban.

Los líderes de este grupo de científicos europeos establecieron una estrategia muy controvertida, pero que no había más remedio que aceptar ante la dramática situación. Proponían que si no se podía retroceder al estado anterior –normal- había que avanzar de cualquier manera, a un estado que les llevase al punto de origen.

Si no se les podía rescatar del océano de la depresión, había que ahogarlos.

Los había que habían perdido todo su dinero debido a la mala gestión de sus empresas. A estos pacientes se les invitaba a invertir en negocios sin futuro, inexistentes o en quiebra económica. Había que conseguir que se arruinaran a toda costa.

Los había que tenían un familiar muerto, normalmente asesinado a manos de algún enfermo mental o gente desesperada. A estas personas se les proporcionaban una serie de armas y los datos básicos para localizar al asesino de su esposo o hijo. Algo así como la Ley del Talión que compensase el desequilibrio creado durante la primera época de crisis.

Los que habían sufrido algún tipo de abuso, tanto físico como psicológico, simplemente tenían la oportunidad de recibir su compensación. Podían disponer como quisieran de quien quisieran durante un tiempo determinado. Había que conseguir que su odio fuera expulsado, para así quedar en calma.


Y así, el equilibrio se fue reestableciendo, los internos volvieron a las calles, cada uno con su misión, cada uno con su objetivo y su meta. Desde entonces, todo, o casi todo, vuelve a ser como antes. De vez en cuando se produce algún secuestro o asesinato, o algún loco se tira de un puente, pero, según se dijo en algunos círculos, “es el pequeño precio que hay que pagar para que gente como tú y como yo, como nosotros, siga escribiendo”.


Wao.


lo pillo, lo pillo, malditos enfermos

Posted by: ridar en: 7 de Julio 2006 a las 03:53 AM Escribe un comentario









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